Aquella noche entré a la casa abandonada. No había nadie. Apenas ingresé miré detrás de mí para ver que nadie me hubiera seguido.
Mi cabeza llena de preguntas terminaría explotando de tanto pensar si el sueño del sábado era real. Observé con asombro el papel tapiza de las paredes, las cortinas, el suelo la hermosa araña que colgaba del techo ¡Todo estaba intacto! A punto de llegar a la sala principal descubrí que no estaba solo, una sombra terrorífica pasó ante mí. Grité, grité del terror infinito que sentí y mi sueño terminó.
Había acabado lo que no era. Después de pensar en el sueño tan vivo, llevé a mi querida a cenar percibiendo que desde aquel momento nada sería igual.
Al llegar al restaurante, mi esposa entró primero. Quedé inmóvil, perplejo, la sombra estaba frente a mí. Era él. El mismo anciano del sueño le abrió la puerta y le dijo: “Esta casa está habitada por un fantasma”.
miércoles, 16 de diciembre de 2009
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